SORTIREM – Capítol 7

‘Sortirem’ és un relat col·lectiu. Fet en temps de confinament per sis autors locals.
Llegeix el segon capítol – Autor: Benja Villegas
Llegeix el tercer capítol – Autora: Tamara Marín
Llegeix el quart capítol – Autor: Miquel Estapé Jorba
Llegeix el cinquè capítol – Autor: Jordi Igualada
Llegeix el sisè capítol – Autora: Mireia Hernández
A continuació el setè capítol i últim capítol. És obra de Samuel Valiente, autor de ‘Solo’.
Llegeix aquest capítol i segueix la història.
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SORTIREM – Capítol 7
Siempre había fantaseado con la reclusión. La reclusión como experiencia catártica, como viaje iniciático del que salir reforzado, más sabio, mejor. La reclusión como excusa, o más bien como la ausencia de toda excusa, para leer, escribir, meditar. Pues bien: aquella reclusión, la de marzo y abril de 2020, no podía distar más de tan romántica idea.
“Estoy perdiendo la puta cabeza”, pensó, la novena noche, mientras agitaba la enésima copa de vino en la terraza y se descubría a sí mismo moviendo la cintura al ritmo del último disco de Bad Bunny. ¿Qué había pasado? En lugar de libros, folk y meditación había elegido videojuegos, reggaetón y alcohol.
El miedo a enfrentarse a su particular noche oscura del alma le había llevado a refugiarse en lo más banal. Y, por lo general, funcionaba. Cierta normalidad solía regir sus días y sus noches, salvo momentos repentinos de abstracción, mirada perdida y boca abierta; pequeños raptos de los que ella, su novia, solía rescatarle con un abrazo a la altura de la cintura. Como en aquella noche, la novena, en la terraza.
“Estoy perdiendo la puta cabeza”, dijo entonces, pero sabía que no era así. Porque la tenía a ella. ¿Era realmente un confinamiento, una reclusión como la de sus fantasías, si estaba acompañado? Ella era su paracaídas, su toma a tierra. Pasaban los días mecidos por la levedad paciente y despreocupada propia del enamoramiento ya consolidado, confinados en la placidez mientras afuera el mundo se desmoronaba entre aplausos nocturnos y montañas de papel higiénico.
No había hueco entre aquellas cuatro paredes para la introspección y la desesperanza. ¿Qué frivolidad era aquella? De algún modo se sentía culpable: debería estar tirándose de los pelos, arañando las paredes y escribiendo versos desgarradores pero, en lugar de eso, acababan de preparar una tarta.
Cada noche, sobre la misma hora, ella solía tumbarse en el suelo y apoyar las piernas contra la pared, porque había leído que era sano en caso de no poder salir a caminar. A él le parecía de lo más gracioso, le hacía fotos con el móvil y se burlaba de ella. La última noche también lo hizo. Él se sentó en el suelo, a su lado, y se la quedó mirando largo rato. Ella le devolvía la mirada, dulce y pizpireta. No podía contener la sonrisa. Se cogieron de la mano. Apenas faltaban unas horas para poder salir a la calle, para volver a la normalidad. La reclusión terminaba y sentía no había sido en vano. Finalmente, ahí tenía su catarsis. Y estaba convencido de que saldría de ella reforzado, más sabio y mejor.
Des de la Revista de Ripollet volem mostrar el nostre enorme agraïment als sis autors que han fet possible aquest projecte.
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Foto: 2020Google